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lunes, 26 de septiembre de 2016

La música de los animales - Tomas Iriarte



Atención, noble auditorio,
que la bandurria he templado,
y han de dar gracias cuando oigan
la jácara que les canto.
En la corte del león,
día de su cumpleaños,
unos cuantos animales
dispusieron un sarao;
y para darle principio
con el debido aparato,
creyeron que una academia
de música era del caso.
Como en esto de elegir
los papeles adecuados
no todas veces se tiene
el acierto necesario,
ni hablaron del ruiseñor,
ni del mirlo se acordaron,
ni se trató de calandria,
de jilguero ni canario.
Menos hábiles cantores,
aunque más determinados,
se ofrecieron a tomar
la diversión a su cargo.
Antes de llegar la hora
del canticio preparado,
cada músico decía:
«¡Ustedes verán qué rato!»
Y al fin la capilla junta
se presenta en el estrado,
compuesta de los siguientes
diestrísimos operarios:
los tiples eran dos grillos;
rana y cigarra, contraltos;
dos tábanos, los tenores;
el cerdo y el burro, bajos.
Con qué agradable cadencia,
con qué acento delicado
la música sonaría,
no es menester ponderarlo.
Baste decir que los más
las orejas se taparon,
y por respeto al león
disimularon el chasco.
La rana, por los semblantes,
bien conoció, sin embargo,
que habían de ser muy pocas
las palmadas y los bravos.
Salióse del corro, y dijo:
«¡Cómo desentona el asno!»
Éste replicó: «¡Los tiples
sí que están desentonados!»
«¡Quien lo echa todo a perder
-añadió un grillo chillando-
es el cerdo!» «¡Poco a poco!
-respondió luego el marrano-:
nadie desafina más
que la cigarra, contralto».
«¡Tenga modo y hable bien!
-saltó la cigarra-; es falso:
esos tábanos tenores
son los autores del daño».
Cortó el león la disputa,
diciendo: «¡Grandes bellacos!
¿Antes de empezar la solfa
no la estabais celebrando?
Cada uno para sí
pretendía los aplausos,
como que se debería
todo el acierto a su canto;
mas viendo ya que el concierto
es un infierno abreviado,
nadie quiere parte en él,
y a los otros hace cargos.
Jamás volváis a poneros
en mi presencia: ¡mudaos!,
que, si otra vez me cantáis,
tengo de hacer un estrago».

¡Así permitiera el cielo
que sucediera otro tanto
cuando, trabajando a escote
tres escritores o cuatro,
cada cual quiere la gloria,
si es bueno el libro u mediano,
y los compañeros tienen
la culpa, si sale malo!



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