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lunes, 29 de febrero de 2016

Júpiter y el aparcero - Jean de la Fontaine




Tenía Júpiter una hacienda y quería darla a medias. Anunciola Mercurio: presentáronse varios campesinos, hicieron proposiciones, recibiéronlas, discutieron y disputaron, dando mil vueltas al asunto. Alegaban unos que la finca era dura de cultivar; ponían otros diferentes peros, y estando en esos tratos, uno de ellos, cuya audacia era mayor que su cautela, ofreció dar tanto, si Júpiter le dejaba disponer del tiempo: es decir que hiciese frío o calor, que lloviese o saliese el sol, a medida de su paladar. 

Consiente Júpiter, ciérrase el trato, y nuestro hombre dispone a su guisa de los elementos, anubla o serena el cielo a su capricho, suelta las lluvias y los vientos a su antojo, y se arregla el clima y las estaciones a su gusto, sin que lo adviertan sus más próximos vecinos. Y eso les valió, porque tuvieron buena cosecha y llenaron hasta el tope la trot y la bodega. 

En cambio, el aparcero de Júpiter salió con las manos en la cabeza. Al año siguiente dispuso y arregló de otra manera los cambios atmosféricos; pero no rindieron más sus campos, ni menos los de sus colindantes. No tuvo otro remedio que acudir al soberano de los dioses y confesar su imprevisión. Júpiter, benévolo siempre, apiadose de él. Y la verdad es que nadie le enmienda tan fácilmente la plana a la providencia.


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sábado, 27 de febrero de 2016

El gallo, el gato y el ratoncillo - Jean de la Fontaine




Un ratoncillo inexperto, que apenas había visto el mundo por un agujero, se halló muy comprometido. Ahora veréis lo que le pasó, tal como le contó a su madre, la señora Rata.

“Había franqueado los montes que limitan este reino, y trotaba alegre y satisfecho, cuando ví aparecer dos animales: de aspecto benigno y apacible el uno, el otro de aire fiero y turbulento. Tenía éste la voz áspera y vibrante, en la cabeza una excrescencia carnosa, una especie de brazos que abría y agitaba en el aire, como para volar, y la cola empenachada.”

Así describía nuestro ratoncillo a un gallo, como si fuera extraño animal, venido de las Indias.

“Golpeábase los costados con los brazos, armando tal ruido, que con todos mis bríos, que no son pocos, eché a huir, todo azorado, renegando de su casta. A no ser por él, hubiera entrado en amistosos tratos con el otro animal, que tan simpático parecióme: es de pelo suave y aterciopelado como el nuestro, de larga y flexible cola, de aire decoroso y modesto mirar, aunque son brillantes sus pupilas. Creo que ha de ser amigo de las ratas, porque sus orejas son muy parecidas a las nuestras. Dirigiáme ya a él, cuando el otro, soltando el chorro de su penetrante alarido, hízome emprender la fuga.”

-Hijo mío, dijo la rata madre: ese sujeto tan benigno y manso, es el gato infame, que con su apariencia hipócrita, oculta odio mortal a toda tu parentela. El otro, por lo contrario, lejos de hacernos algún mal, servirá algún día quizás para nuestros banquetes. Ya lo ves: el hábito no hace al monje-.


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viernes, 26 de febrero de 2016

El zorro, el mono y los demás animales - Jean de la Fontaine


Congregáronse los animales a la muerte de un León, que había sido su soberano, para elegir nuevo rey. Sacaron de su estuche la corona real, que guardaba un dragón en oscuro subterráneo, y habiéndola probado, a nadie le ajustó bien. Unos tenían la cabeza muy chica, otros muy grande, algunos cornamentada.

El mono hizo también la prueba, riendo y bromeando, con acompañamiento de visajes y volteretas; la corona pasó por la cabeza como un aro, e hizo con ella tantas jugarretas y farsas, que la asamblea quedó divertidísima, y le aclamó rey. El zorro solamente negole el sufragio, sin declarar, empero, su oposición. Lejos de eso, felicitó al nuevo monarca, y le hablo así: “Señor, yo sé y nadie más lo sabe, dónde esta oculto un gran caudal: no se os ignora que todo el tesoro escondido corresponde por ley a vuestra majestad.”

El nuevo rey era devotísimo del becerro de oro: en persona corrió en busca del escondite, receloso de todos. Era una trampa, y en ella cayó. El zorro, tomando la voz de los demás, le dijo: “¿Pretenderás todavía gobernaros, tú, que no sabes gobernarte?” Fue depuesto, y convinieron en que muy pocos son dignos de la corona.


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jueves, 25 de febrero de 2016

La mula orgullosa de su genealogía - Jean de la Fontaine




La mula de un obispo se preciaba de noble, y siempre estaba hablando de su madre la señora yegua, de quien contaba mil proezas: había hecho esto, había hecho lo otro y lo de más allá. 

Como hija suya, juzgábase también digna de pasar a la historia. Hubiérase creído degradada sirviendo a algún galeno. Pero la pobre mula hízose vieja, y la enviaron a un molino. Allí le vino a la mente su padre el jumento.

De algo sirve la desgracia, aunque sólo sea para apagar los humos de los presumidos.



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miércoles, 24 de febrero de 2016

El viejo y el asno - Jean de la Fontaine



Iba un viejo montado en su borrico, cuando vio una pradera verde y floreciente; soltolo en ella, y el animal se revolvió sobre la fresca hierba, frotándose y refocilándose, pateando y rebuznando a sus anchas. 

En esto, viene el enemigo. 
“Huyamos, dice el viejo. 
-¿Por qué? Preguntó el zanguango: 
¿me pondrán doble carga?
- No, contesto el viejo, tomando las de Villadiego.

-Pues lo miso me da ser de unos que de otros. Escapad, y dejadme pacer. Nosotros no tenemos más que un enemigo, y es el amo.”


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domingo, 21 de febrero de 2016

El ciervo en la fuente - Jean de la Fontaine,



Mirándose un ciervo en el cristal de una fuente, complacíase de su gallarda cornamenta, y veía a la vez disgustadísimo la delgadez de sus piernas, que iban a perderse dentro del agua. “¡Cuan desproporcionadas son mi cabeza y mis pies! Decía, contemplando dolorido su propia imagen. Supera mi cerviz a los más altos matorrales; pero las piernas no me honran. ” En esto pensaba, cuando un perro le hace correr busca refugio, dirigiéndose a la selva: sus cuernos, incómodo ornato, le detienen a cada paso y embarazan los buenos servicios de sus ágiles piernas, a las que fía su salvación. Desdícese entonces, y reniega del obsequio anual con que le favorece el cielo.

Anteponemos lo bello a lo útil; y lo bello nos daña muchas veces. Aquel ciervo fatuo criticaba sus piernas, que tan provechosas le eran, para encomiar los cuernos, que le servían de estorbo.


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sábado, 20 de febrero de 2016

El asno y sus amos - Jean de la Fontaine



El asno de un hortelano quejábase a la fortuna, porque le hacían poner en pie antes del alba. “Muy temprano cantan los gallos, decía, pero yo soy mas tempranero todavía ¿Y para qué? Para llevar hortalizas al mercado. ¡Vaya un asunto interesante para interrumpirme el sueño!”

Atendió sus clamores la fortuna y le do otro amo: pasó a manos de un correjero. Las pieles eran pesadas, ¡y de tan mal olor! La impertinente acémila echó de menos bien pronto a su primer dueño.

“Cuando él no miraba, decía en sus adentros, atrapaba alguna hoja de col, sin costarme nada. Aquí no tengo gajes, como no sea algún trancazo.”

Consiguió de nuevo cambiar de suerte, y cayó en poder de un carbonero. Pero, no por eso cesaron las quejas. “¡Vaya diablo! Exclamo al fin la fortuna: me ocupa más ese jumento que cien monarcas. ¿Presume ser el único descontento con su suerte? ¿No tengo que atender más que a él?”

¡Cuanta razón tenía la fortuna! Todos somos así: nadie está conforme con su condición y estado: nuestra suerte actual parécenos siempre la peor. Fatigamos al cielo con nuestras demandas, y si Dios nos concede a cada cual lo que le hemos pedido, aún le armamos nuevo caramillo.


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viernes, 19 de febrero de 2016

El sol y las ranas - Jean de la Fontaine,



Celebránse las bodas de un tirano, y el pueblo, con festiva algazara, ahogaba sus cuitas en los henchidos vasos. Esopo era el único a quien le parecían mal aquellos regocijos.

En tiempo de antaño, dijo, pensó el Sol en casarse, y comenzaron en seguida los lamentos de las anas.

 “¿Qué será de nostras si tiene hijos? Exclamaban. No hay más que un Sol, y apenas podemos sufrirlo; cuando haya media docena de Soles, quedarán en seco los mares y todos sus habitantes. 

¡Adiós, juncares y pantanos! Anonada será nuestra raza, y pronto la veréis reducida a las aguas de la Laguna Estigia.” Paréceme que estas ranas no eran ranas para discurrir.


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miércoles, 17 de febrero de 2016

El lugareño y la sierpe - Jean de la Fontaine


  
Cuenta Esopo que un labriego, tan caritativo como imprevisor, paseando un día de invierno por su heredad, encontró una sierpe tendida en la nieve, transida, helada e inmóvil, y con tan poca vida que no le podía durar ni un cuarto de hora. 

El lugareño la coge, la lleva a casa, y sin pensar en cuál será el pago de su buena acción, la tiende junto al hogar y la hace volver en sí. Apenas sintió el reptil el grato calorcillo, recobró con la vida la ponzoña. Alzó un poco la cabeza, lanzó un silbido, replegase sobre sí y probo a dar un salto, arrojándose contra su bienhechor. “¡Ingrata! Exclamó el rustico: ¿ese es el pago que me das? ¡Vas a morir!” Y así diciendo, poseído de justa cólera, cogió el hacha, y en dos hachazos hizo tres sierpes de una: cabeza, tronco y cola. 

El bicho retorciéndose, probaba a juntarse: no lo pudo conseguir. 

 Ser caritativo es muy meritorio; pero ¿con quién? Ahí está la dificultad. En cuanto a los desagradecidos, todos tienen mal fin.


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martes, 16 de febrero de 2016

El león enfermo y la zorra - Jean de la Fontaine




Estaba enfermo en su antro el rey de los animales y mandó hacer pregón a todos sus vasallos para que cada especie enviase una embajada a visitarle, con el bien entendido de que serían bien tratados, tanto los mensajeros, como la gente de su séquito, a fe de León. 

El edicto del príncipe recibió exacto cumplimiento, cada especie de animales enviole mensajeros; pero los zorros no se movieron, y uno de ellos explico el motivo. “Las huellas señaladas en el amino de los que van a rendir homenaje al enfermo, todas sin exceptuar una, están en dirección de su caverna. 

No hay ninguna que indique regreso. Esto da qué pensar. Dispénsenos su majestad: muchas gracias le damos por su salvoconducto; no le ponemos tacha, pero en el antro real vemos muy bien la entrada, y no vemos salida.”


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lunes, 15 de febrero de 2016

El pajarero, el azor y la alondra - Jean de la Fontaine



Las injusticias de los malos sirven de excusa a las nuestras; ley del mundo es esta. Como trates a los demás te tratarán a ti. Un labriego cazaba pajarillos con el espejuelo. 

El resplandor atrajo a una alondra; en el acto, un azor, que se cernía sobre los campos, se precipita sobre la avecilla, que cantaba junto a su sepulcro. 

Habíase librado la infeliz de la pérfida estratagema, cuando se vio en las garras del rapaz, y sintió sus afiladas uñas. 

Mientras se ocupaba el azor en desplumarla, quedó envuelto en las redes: “Pajarero, dijo en su idioma, suéltame; no te he hecho ningún mal.” El pajarero replicó. “ ¿Y ese animalito, que mal te había hecho?”



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domingo, 14 de febrero de 2016

El caballo y el asno - Jean de la Fontaine


En este mundo hay que ayudarse unos a otros. Si muere tu vecino, caerá sobre ti su carga. 

Iba un asno en compañía de un caballo descortés. No llevaba éste más que sus arneses, y el pobre jumento tal carga que no podía más. 

Rogole al caballo que le ayudase, aunque fuese un poco; si no, reventaría antes de llegar al pueblo.

 “No pido mucho, le decía, la mitad de mi carga es nada para ti.” 

Negase el caballo con el mayor desprecio; pero bien pronto vio morir a su camarada, y conoció cuán mal había obrado. 

Tuvo que llevar toda la carga del borrico y el pellejo del difunto por añadidura.


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sábado, 13 de febrero de 2016

El perro que suelta la presa - Jean de la Fontaine


Hacemos todos cuentas galanas, y son tantos los locos que corren tras de vanas sombras, que no es posible contarlos. Hay que aplicarles el cuento de aquel perro que citaba Esopo. 

Al pasar un río, vio reproducida en la corriente la presa que llevaba en la boca; soltola para echarse sobre aquella sombra; y por poco se ahoga; porque el río creció de pronto, y con gran trabajo pudo salir a la orilla, quedándose sin la presa que tenía, y sin la que ambicionaba.


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viernes, 12 de febrero de 2016

La discordia - Jean de la Fontaine



Por una manzana armó tal ruido la discordia, enemistando a los dioses, que la despacharon del Olimpo. Recibiéronla con los brazos abiertos esos pobres diablos que se llaman hombres, y también a su padre Tuyo-y-mió y a su hermano Que sí-Que no. Una vez en este mundo, nos hizo el honor de preferir nuestro hemisferio al de nuestras antípodas, gente inculta y grosera, que casándose sin intervención del cura ni notario, no tiene nada que ver con la discordia. 

Para hacerla ir al punto donde se requerían sus servicios, la fama se cuidaba de avisarla, y ella, con la mayor diligencia, acudía enseguida, embrollaba el debate e impedía la paz, convirtiendo cada chispa en un incendio. 

La fama llegó a quejarse de que no la encontraba nunca en un lugar fijo y seguro, y muchas veces perdía el tiempo buscándola. Era preciso, pues, que tomase casa, y que se supiese dónde para encontrarla mejor. 

Como no había entonces conventos de monjas, costote bastante encontrar habitación, pero al fin dio con ella: estableciese en el hogar del Himeneo.


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jueves, 11 de febrero de 2016

El hombre que corre tras la fortuna, y el que la aguarda en su cama - Jean de la Fontaine,



¿Quién no corre tras la fortuna? Quisiera estar en un sitio donde pudiese ver la muchedumbre de los que buscan en vano, de ceca en meca, a esa hija de la suerte, cortesanos afanosos de un fantasma volador. Cuando creen estar ya a sus alcances, la veleidosa escapa a sus pesquisas. ¡Pobres gentes! Las compadezco, porque los locos son más dignos de lástima que de enojo. “Tal sujeto, dicen, plantaba coles, y llegó a papa. ¿No valdremos tanto como él?” Valdréis tal vez cien veces más, pero ¿de que sirven nuestros meritos? ¿No es ciega la fortuna? Y por otra parte, el ser Papa, ¿Vale lo que cuesta? ¿La perdida del reposo? El reposo, tesoro de tal precio que en otro tiempo era la felicidad de los dioses, no lo otorga casi nunca la fortuna a sus favorecidos. No vayáis tras de esa diosa, y ella misma os buscará: así hacen siempre las mujeres.

Dos amigachos vivían en una aldehuela, en la que tenían alguna hacienda. Uno de ellos suspiraba sin cesar por la fortuna, y le dijo al otro: “¿Por qué no dejamos esta tierra? Bien sabes que ninguno es profeta en su patria. Probemos nuestra suerte en otra parte.-Pruébala tú, le contesto su camarada; yo no deseo mejor país, ni mejor vida. Sigue tus impulsos; pronto volverás. Te prometo que he de estar durmiendo hasta que vuelvas.”

El ambicioso, o quizás avariento, emprendió el camino, y al día siguiente llegó a un punto que debe frecuentar más que ningún otro la diosa fortuna, porque aquel lugar era la corte. Fijose en ella por algún tiempo; allí estaba de día y de noche a todas horas, y en todo se metía; pero nada le salía bien. “¿En qué consistirá esto? Pensaba. Tendré que buscar mi suerte en otra parte, y sin embargo, la fortuna habita en este sitio. Todos los días la veo entrar en casa de unos y otros ¿Cómo es que a la mía no viene? Bien me dijeron que no gusta del carácter ambicioso de estas gentes. ¡Adiós, pues, cortesanos: id en buena hora tras de una sombra que os engaña! Donde tiene la fortuna los mejores templos, es en la India; vamos allá” Y así que lo dijo, marchó a embarcarse.

Alma de bronce, y aún más dura que el diamante, hubo de tener el prior hombre que probó el camino de las aguas, desafiando los furores del mar. Nuestro campesino, durante su viaje, volvió los ojos más de una vez hacia su aldea, afrontando los peligros de los piratas, de los huracanes, de la calma chicha y de los escollos ignorados, ministros todos de la muerte. ¡Con cuántos trabajos vamos a buscarla en remotas playas, habiendo de encontrarla tan pronto sin salir de casa! Llego el viajero al Mogol.; allí le dijeron que donde prodigaba entonces la fortuna sus favores, era en el Japón. Volvió a emprender el camino. Habíanse cansado los mares de conducirlo, y todo el fruto que sacó de sus largas correrías, fue esta lección, que dan los salvajes a los civilizados: “Quédate tranquilo en tu casa, aleccionado por la experiencia.”En el Japón no tuvo más suerte nuestro hombre que en el Mogol; y al fin hubo de convencerse de que había hecho una solemne tontería dejando su pueblos. Renunció a los viajes infructuosos; volvió a su tierra, y al ver de lejos su casa, lloró de jubilo exclamando: “¡Dichoso quien vive tranquilo en su hogar, y sólo se ocupa de moderar sus deseos! No sabe, más que de oídas lo que es la corte, y el mar, y tu imperio, oh fortuna loca, que nos presentas a la vista honres y riquezas, tras los cuales corremos hasta el fin del mundo, sin ver cumplidas nunca tus promesas. Desde hoy, ya no me muevo, y lo pasare cien veces mejor”. Razonando de esta suerte y habiendo formado tal propósito en contra de la fortuna, dio con ella; estaba sentada a la puerta de su amigo, que dormía a pierna suelta.


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miércoles, 10 de febrero de 2016

Ingratitud e injusticia de los hombres para con la fortuna - Jean de la Fontaine



Era un comerciante, que traficando por mar, se enriqueció. Hizo muchos viajes, triunfando siempre de los vientos. Ningún escollo, arrecife ni remolino cobró peaje de sus mercancías. Eximiole la suerte de todo percance. Neptuno y las parcas imponían su derecho a todas sus camaradas, mientras que la fortuna se encargaba de llevar sus barcos a puertos de salvación. Socios y factores, todos le fueron fieles. Vendió muy bien su tabaco, su azúcar y su canela. Disputábanse sus porcelanas de China. La moda y el lujo aumentaron prodigiosamente su caudal; llovía oro en su gaveta. En su casa no se hablaba más que de doblones. Tenía perros, caballos y coches. Sus comidas de vigilia parecían banquetes de bodas. Viendo aquellos suntuosos festines, díjole un amigo: “¿De donde proviene tan buen trato?- ¿De donde ha de provenir más que de mi ingenio? Todo me lo debo a mí mismo, a mis afanes, a mi acierto en arriesgarme a tiempo y colocar bien el dinero. ”

Como el lucro es una cosa tan dulce y tentadora, arriesgó de nuevo el capital que había hecho, pero esta vez nada le salió bien. Culpa fue de su imprudencia; un buque mal equipado perdiese a la primera borrasca; otro mal provisto de armas, fue presa de corsarios; un tercer buque que pudo llegar a puerto, no despacho el cargo. El lujo y la moda habían cambiado. En fin, víctima de factores que le engañaron y de sus excesivos dispendios en edificaciones y francachelas, quedó pobre de repente. Su amigo, viéndole en tan mísero estado, le pregunto: “¿Y esto de que proviene?- ¡Ay, contestó, azares de la fortuna!- Consolaos, replicole, si la fortuna no quiere que seáis dichoso, sed por lo menos prudente y razonable.”

No sé si atendió el consejo. Lo que sé es que cada cual imputa, en caso parecido, su prosperidad a su propio trabajo e industria; y si por culpa suya tiene algún fracaso, desátase en querellas contra su ala suerte. El bien lo debemos siempre a nosotros mismos; el mal nos lo envía la fortuna. Siempre queremos tener razón, y que ella sea la culpable.


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martes, 9 de febrero de 2016

Las dos adivinas - Jean de la Fontaine



Del azar nace casi siempre la opinión de las gentes, y esa opinión es la que forma el concepto en que se tiene a las personas. Muchos ejemplos pudiera alegar; en el mundo todo es preocupación, cábala y encaprichamiento, justicia, poco o nada. Esta es la corriente. ¿Quién se opone a ella? Siempre fue lo mismo, y lo mismo será siempre.

Había en París una mujer, que hacia de Pitonisa. A cada momento iban a consultarla. Una porque, había perdido un dije; otra, porque tenía un amante o porque su marido bebía demasiado; un marido, porque tenía mujer celosa; un hijo, porque su madre era muy severa y gruñona; todos corrían a casa de aquella sibila para que les pronosticase lo mismo que deseaban. Toda la ciencia de la adivina consistía en perspicacia y astucia. Algunas frases cabalísticas, mucha osadía y la casualidad algunas veces, concurrían para hacer creer en estupendas profecías, y de esta manera se hacía pasar por un oráculo. El oráculo estaba encerrado en un chiribitil, y allí ganó tanto dinero, que sin contar con otros recursos compró un empleo para su marido, y casa decente donde vivir.

Ocupó el chiribitil otra inquilina, a quien toda la ciudad, chicos y grandes, hombres y mujeres, iban a preguntar, lo mismo que antes, la buenaventura, de modo que aquel camaranchón, acreditado por la dueña anterior, viose convertido en otro antro de la Sibila. Su nueva huéspeda no podía quitarse la gente de encima.-“¡Yo adivina! Exclamaba, ¡os burláis de mí! Si no se leer ni escribir. Trabajo me ha costado aprender el Padrenuestro.” Pero no atendían razones. Tuvo que resignarse, que pronosticar y predecir, y llenar la bolsa de doblones, y ganar a la fuerza más que cuatro abogados. El aspecto y mueblaje de la casa contribuían al éxito. Cuatro sillas cojas, un mango de escoba, todo olía a sábado y a aquelarre. Si aquella buena mujer hubiese dicho verdades como puños en un aposento bien tapizado, nadie le hubiera creído. El prestigio estaba en el chiribitil. La otra adivina se hundió.

La muestra y el rótulo aseguran la parroquia. He visto en los tribunales una toga mal puesta ganar mucho dinero. Habíala tomado la gente por el letrado A o B, que era en el foro campana gorda.


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